Allá por el año 1929 nació en Capital Federal “El Flaco”, huérfano de purrete, una tía con su hijo fueron su familia. El Flaco jugaba a la pelota en el barrio, y de a poco fue creciendo: él y su juego. Wing izquierdo, zurdo, ligero y elegante, tuvo su primera oportunidad… el Flaco llegó a Atlanta. Él contaba siempre que un día se presentó a la práctica un muchacho a probarse y el técnico no lo aceptó porque los gambeteaba a todos y no jugaba en equipo, ese muchacho era Enrique Omar Sívori. Y el Flaco estaba en el plantel y Sívori no… contaba. La vida lo trajo a Villa del Rosario, Córdoba. Rápidamente es parte del primer equipo del club que luego se llamó “Polideportivo”. Hace dupla ofensiva con un pibe que el destino quiso que jugara en Instituto, River y Talleres: “El Cabezón Rivarola”. Pero el Flaco sigue por los pueblos y con 30 años recala en Oliva. En la temporada 59-60 en Independiente, tiene la dicha de jugar con un joven crack que la rompía… el mismísimo Daniel Willington. Paso fugaz por la ciudad de Canals y nuevamente a Oliva, pero ahora al eterno rival: Vélez Sarfield lo contrata a cambio de un trabajo fijo. El Flaco estaba cansado de andar, pero no de jugar, todavía quedaba mucho. Poco tiempo en Vélez Sarfield como jugador, porque nacía el técnico. En Vélez, en su primer año, es campeón en 1963 con la cuarta división. En 1967 el Flaco dirige la primera de Independiente y forma el plantel con todos jugadores de Oliva, algo impensado para esa época, ya que la Liga Independiente de fútbol, mostraba un gran interés y los clubes contrataban a jugadores de otras ciudades. El Flaco era un tipo serio, recto, con un humor raro mezcla de porteño y cordobés. Contaba: “de chiquitito me decían pelotita, después fui creciendo y me decían pelota y ahora que soy viejo me dicen pelotudo”. Y mientras tanto los campeonatos de barrios y comerciales disfrutaban de los lujos, la velocidad y la pegada prodigiosa del zurdo, del Flaco. Enfermero de un hospital psiquiátrico y buen compañero, el Flaco compartía picaditos con pacientes y empleados. Amante del tango, de Enrique Campos, de Perón y de Racing de Avellaneda. Se retaban con Don Jesús Henares de vereda a vereda. “Delantera de Independiente del ’38”, le gritaba: y el Flaco contestaba: “Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla” como si fuera una canción y pedía boca del ’43 a Don Jesús.
Pasaban los años y el Flaco en su tiempo libre, con una azada y una pala trabajaba para que los pibes del barrio tuvieran su canchita, de a poco con unas champas de césped, una carretilla y la ayuda de los vecinos al lado de su casa tenían la dicha de tener su lugar, su rectángulo, su verde, regado día a día por él… el Flaco. Nacía Olimpia ’74. Los sábados dirigía en los campeonatos de chicos en las canchitas y los de Olimpia eran imbatibles. Los niños crecían y miraban más allá… seguirían al Flaco. Corrían los años ’80 y entre mundialitos y sacachispas, el zurdo era uno de los técnicos formadores de la escuelita infantil de Vélez. Las primeras tres o cuatro prácticas de fútbol, con pantalones cortos y zapatillas flechas, deseosos de entrar a la cancha llegaban los chicos. El Flaco alargaba la agonía y la ansiedad dando clases teóricas del nacimiento del futbol, de los ingleses, de los resultados abultados y humillaciones contra los argentinos, y ni cerca de una pelota. Solamente un vestuario, un pizarrón y la atención del grupo de niños. Y por fin llegaba el día… entraban a la cancha y ella rodaba. Todos por detrás, no entendían de posiciones ni de ganar o perder, pero él los organizaba, llamaba a cada uno por su nombre o apellido. Relacionaba la vida con la pelota todo el tiempo. Obsesionado con las gomas de los autos, las llenaba de cemento y las usaba como pies. Inventaba aparatos, como el “cabeceómetro” que con un caño en forma de T, con una pelota colgando, se aprendía a saltar y cabecear. Con una lona, dos gomas y dos caños lograban formar una barrera que trasladaba a cualquier parte de la cancha, y así practicar los tiros libres, “apuntale a la cabeza del último de la barrera que es gol” gritaba. Una goma parada, a 20 metros de la fila de pibes para hacer puntería, dos tiros con la pierna no hábil y uno con la hábil. El Flaco reemplazaba las palabras: cuando pateaban mal, decía “mojado” y cuando pateaban bien a la goma, decía “seco”. Y era distinto que decir “mal” o “bien”. Todas las prácticas se terminaban pateando penales, algunas veces se pateaba y otras se atajaba. Pregonaba campeonatos internos (relámpagos) y mezclaba los buenos con los pataduras, y siempre había equipos campeones con jugadores que apenas pasaban de cebollita. Y la escuelita infantil cerraba el año con una mesa larga hecha con tablones y caballetes. Unas gaseosas, palitos, papitas, algunas palabras y el premio: La medallita del club. El Flaco tenía mujer y 4 hijos. Era poco demostrativo, pero el amor es amor aunque no se lo diga. 50 años vivieron el uno junto al otro, desde un plato de lata con alcohol (ese azul) para el invierno, hasta un calefactor. Medio siglo compartieron, pero la Mechi postergó su vida para acompañarlo. Ella no conocía del fútbol de los domingos, de verlo al Flaco como jugador o técnico. Ella era hincha de River, de Belgrano y de él. La Mechi criaba a sus hijos y vivía para él, gran cocinera y compañera. Para el día del padre, el Flaco contaba que: ese domingo a la mañana había visto el Manchester de Inglaterra, al mediodía: el Real Madrid de España, a la siesta: la Juventus de Italia, a la tarde su Racing y a la noche soñaba que jugaba al fútbol, decía. Pasaban los años y los potreros iban desapareciendo y Oliva se hacía ciudad. El Flaco partía hacia su último picado con los chicos, en su bicicleta, a la canchita del barrio San Cayetano. En el año 1999 dejaba de jugar a la pelota. Con 70 años, el zurdo primero, el flaco luego y el viejo al último, le había dado pases, centros y goles a medio pueblo, todos habían jugado con él. En el año 2018 como jugador y técnico de los dos clubes, a los 88 años, tiene su homenaje a cancha llena: el clásico Vélez vs. Independiente. Y otra vez, la cancha, la pelota, los olores, el átomo o el fluido Spineda, la gente. Vaya a saber qué pensó. Pita el árbitro y da el punta pie inicial, recibe el último gran aplauso de todos, el Flaco es de Vélez, de Independiente, de Buenos Aires, de Córdoba, es de Oliva. El Flaco es de todos, es nuestro, es mío.
Chau Flaco José Luis Melgar. Adiós papá. 07/10/2018